domingo, 16 de octubre de 2011

Mentira podrida, de Almudena Grandes

Soy una madre de la escuela pública. No la escogí por pobreza, ni por
la imposibilidad de acceder a otro modelo. Algunas personas próximas a
mí nunca han entendido esta opción, que interpretan como una muestra
de tacañería, de indolencia o de irresponsabilidad respecto al futuro
de mis hijos. Yo, sin embargo, creo firmemente que una escuela pública
igualitaria, gratuita, laica, interclasista y de calidad, constituye
el primer peldaño de la civilización y el único modelo a escala de una
auténtica sociedad democrática. Solo por eso, la habría escogido, pero
la calidad de la enseñanza también cuenta. En los colegios privados y
concertados suelen enseñar, como norma general, docentes que no han
logrado entrar por oposición en la escuela pública.

No me siento agredida por las protestas de los mejores profesores que
hay en España. Lo que me ofende es que los responsables de esta
situación pretendan manipular a la opinión pública presentando a
padres y alumnos como víctimas de sus reivindicaciones. Y aún me
ofende más que -después de haber asistido, año tras año, al recorte
sistemático de recursos en la enseñanza pública madrileña- se presente
una ofensiva estrictamente ideológica como una consecuencia de la
crisis.

Mentira podrida. Lo que pretende el Gobierno de Aguirre, que no ahorra
en los terrenos que le dona a la Iglesia católica ni en las
subvenciones de los concertados, es convertir la escuela pública en
una vía muerta, un reducto para ciudadanos de segunda clase. Para
lograrlo, cuenta con la complicidad de una sociedad anclada en el
viejo modelo franquista de los "colegios de pago" y los "pobres
gratuitos". Eso es lo más triste de todo. En ningún otro país europeo,
con mejores notas en el Informe PISA, sucedería nada parecido. Pero
España, una vez más, es diferente y algo más, un país anormal, aunque
ni siquiera lo sepa.

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